El Mutismo Selectivo se encuentra definido en el DSM-V como la «incapacidad persistente de hablar o responder a otras personas en una situación social específica en la que se espera que lo haga, aunque puede hacerlo sin problemas en otras situaciones (prototípicamente en casa y ante la presencia de otros familiares inmediatos) «. Se recoge dentro de los trastornos de ansiedad y tiene su inicio en la etapa preescolar. Según diferentes estudios epidemiológicos, aparece en un 1% o menos de la población total, y suele tener una mayor incidencia en la población femenina. Respecto a los factores que lo originan, el mutismo selectivo sería resultado de la presencia de diferentes factores empezando por una vulnerabilidad de tipo ansiógeno ante situaciones sociales pero también de factores afectivos, conductuales y familiares que podrían prolongar en el tiempo el trastorno.
Respecto a la evaluación psicológica en los casos de mutismo selectivo resulta complicada, ya que difícilmente el sujeto puede dar información. Es por ello que la mayor parte de la información deberá ser proporcionada por los padres, a través de una recopilación completa de la historia clínica y evolutiva del menor, así como las actuales circunstancias del entorno. Es posible también administrar pruebas no verbales de algunas baterías de test. En algunos casos también es necesaria la observación estructurada del niño en sus ámbitos naturales, como por ejemplo en casa o en la escuela, así como la información aportada por los profesores. En cuanto a la intervención, se pueden utilizar diferentes técnicas: reestructuración cognitiva, técnicas de modificación de conducta, exposición graduada en las diferentes situaciones donde se produce la angustia, técnicas de reducción de angustia, o incluso EMDR, una de las intervenciones más utilizadas en nuestro centro. Hace aproximadamente un año llegó a nuestro centro S.Z., un niño de cinco años que sufre mutismo selectivo. Durante la primera sesión con S., entra con sus padres, mientras relatan la situación actual él se muestra tímido, no responde a las preguntas que sus padres hacen ante mi presencia y no interactúa con nosotros en ningún momento. En la segunda sesión, durante la primera parte entra con sus padres y la segunda ya se queda solo conmigo, es una de las primeras veces en las que se encuentra en una situación similar, solo con un adulto que no conoce y por lo tanto una situación generadora de angustia.
Para las primeras sesiones disponemos de tarjetas, en las que ha de señalar una respuesta, sin necesidad de hablar. Pocas sesiones después, y sin presionarlo es capaz de hablar con un tono muy bajo conmigo, y comienzo a generar situaciones en las que debe hablar, y por tanto la expongo a situaciones (por ejemplo, imitar sonidos de animales ). Una vez establecido el vínculo con él, empezamos a trabajar las situaciones externas en las que se ha de exponer y que le generan angustia (saludar a un adulto que no conoce, hablar con la profesora …). Para ello, elaboramos un cuadro de refuerzos, el cual se lleva muy contento. Los padres relatan que empiezan a ver muchos cambios, en S. empieza a hablar con su maestra, disminuye su angustia, e incluso la relación con su hermano, la cual estaba marcada por conductas típicas de celos, comienza a mejorar . Una parte muy importante del tratamiento es el trabajo con los padres, aportandoles información, para que entiendan el porqué de la conducta de su hijo, y dotándolos de pautas para abordar la situación. En este caso, la colaboración de los padres ha sido esencial para el cambio, y han sido capaces de comprender que la solución no se encuentra en «obligarlo a hablar» sino en ayudarle, comprenderlo y acompañarlo en el cambio. Actualmente S.Z. es capaz de mantener una conversación en voz alta conmigo, se relaciona muy satisfactoriamente con sus iguales, es capaz de expresar sus inquietudes, puede mantener una mínima conversación con un adulto que no conoce, y responde a las preguntas de otros . Este curso, ha superado una gran prueba: enfrentarse a la situación de una nueva profesora que no conocía. Ante esto, y como era de esperar después del tratamiento realizado, S.Z. ha mantenido una conversación totalmente normal desde el primer día. Este ha sido el detonante e indicador final, entre otros, que ha propiciado su alta. S.Z. ha hecho un progreso muy positivo, consecuencia de la profesionalidad, paciencia, implicación, motivación, trabajo en equipo, y colaboración de los diferentes agentes que intervienen.